domingo, 16 de enero de 2011

EL BOX (de Ricardo Bartis)


En medio de la fila para entrar a El Box aparece un grupo de actores con bandoneón, cantando, aplaudiendo y saludando al público. Al ingresar a la sala otros personajes te conversan, reclaman en voz alta y recitan poemas.

El espíritu argentino en todo su esplendor parece darle la bienvenida al público. El escenario simula un añejo gimnasio de boxeo, allí “La Piñata”, una ex estrella del boxeo femenino, prepara la celebración de su cumpleaños numero 50, que incluirá una película de Mohamed Ali, cuando se llamaba Cassius Clay, y su regreso al ring. La acompaña su pareja, un relator de boxeo, que es su antítesis: un hombre enfermo que cree en el poder de las palabras, por sobre el de los golpes.

La propuesta promete y su estrategia fascina en los primeros momentos. El Box apuesta por el realismo, la cotidianidad de personajes en decadencia. La frustración de la boxeadora sumergida en la soledad, cuya formula de vida es escapar y combatir resulta una metáfora conmovedora. La acción transcurre con ritmo pausado, deteniéndose en cada detalle. Pero la expectativa es alta y esta nunca se alcanza.

La obra no despega con el correr de los minutos. Otros personajes aparecen: un compañero del sindicato, su joven sobrino aspirante a boxeador, el primer y gran amor de "La Piñata" que la traicionó. La fiesta se desata, con cumbia villera de fondo ,y todo parece indicar que el gran enfrentamiento aparecerá, finalmente presenciaremos el ajuste de cuentas que esta mujer ha buscado toda la vida. Pero no. La obra remata como un pequeño gesto que no logra cuajar con las expectativas que se han construido en los casi 60 minutos que dura el montaje.

A veces el viaje es más importante que el destino y la trama mejor que el desenlace, no obstante en este caso la falta de un cierre adecuado deja un sabor agridulce que hace que uno se sienta levemente decepcionado.



lunes, 10 de enero de 2011

PROTEGERSE DEL FUTURO


La aventura comienza con el transito por los pasillos del colegio San Ignacio, ahora acondicionado con sillas y juguetes de los años 40, época en que imperaba el nacionalsocialismo en Alemania. Antes de iniciar el paseo, una pantalla muestra el lugar donde originalmente se estrenó “Protegerse del Futuro”, el hospital psiquiátrico Otto Wagnerel, escenario real en que cientos de niños discapacitados fueron torturados hasta la muerte por el régimen Nazi.

Tras el paseo se llega al comedor donde se desarrollará la primera parte de la obra. El lugar está decorado como para un cumpleaños infantil, en mesas largas con manteles de plástico y tasas pequeñas. De fondo suena un piano que aumenta la tensión. El desconcierto crece cuando de pronto sube al estrado el “director”, un hombre de unos setenta años, pálido e inmutable, casi sacado de una película de terror. El resto de la compañía, aún más escalofriantes y grotescos, aparece poco después con sus instrumentos para presentar los números musicales que han preparado.

Discursos, canciones, extractos de cartas de padres que intentaban recuperar a sus hijos, expedientes de los niños, las maquinas utilizadas para seleccionarlos, y los métodos para destruirlos. Luego un nuevo recorrido por el hábitat de estos personajes y un último acto en el que los personajes visten inquietantes máscaras de niños y juegan con una estremecedora ópera de fondo.

Han pasado cuatro horas y sin verlo explícitamente hemos contemplado como en este “hospital” se experimentó la exclusión y selección en seres humanos, cómo se eliminaba a los “indeseados” a los “distintos” o “anormales”. Y es que cada espectador es quién completa el cuadro, y le otorga palabras e imagenes a un texto que resulta ininteligible.

"Protegerse del Futuro" es una experiencia en sí misma, que cuenta con fantásticos desfiles poético-musicales ejecutados por una compañía que desconcierta con su sola presencia. Así casi a la medianoche, cuando los aplausos comienzan a escucharse, resulta un alivio enorme escapar de ese universo y dejarlos, al fin, descansar.

domingo, 9 de enero de 2011

EL VIENTO EN UN VIOLIN (DE CLAUDIO TOLCACHIR)


"La vida no tiene sentido y eso es maravilloso" dice en un momento uno de los personajes principales de “El Viento en un Violín”, y parece ser esa la filosofía de esta obra frenética sobre personajes que parecen simplemente incapaces de hacer las cosas bien. Una madre insoportablemente protectora, su hijo un niño-hombre bueno para nada, su psicólogo, la nana de la casa, su hija enferma y la novia de ella que quiere tener un hijo, componen el cuadro de una historia que estaría perfecta para una cinta de Almodovar.

El deseo de una pareja de mujeres, Lena y Celeste, por tener un hijo colisiona con la vida de Dario un joven mitómano dependiente de su madre, que vive en el psicólogo y que trata insistentemente de encontrar su rumbo en la vida. Las chicas obligan a Dario a embarazar a Celeste y entonces ambas madres, la dueña de casa y la nana, deben intervenir en la disputa de quien criará al bebé.

Con una apariencia cómica “El viento en un violín” apunta a con acides a lo disfuncional de las relaciones actuales, al clasismo, las ansia de normalidad que nunca llega y la desesperación de las minorías sexuales por encontrar un espacio de normalidad en la sociedad actual. En la obra el amor aparece distorsionado como un motor egoísta y patético que empuja a encontrar la realización personal, que finalmente aparece de la forma menos esperada.

Con diálogos brillantes en su naturalidad y eficacia, y actuaciones conmovedoras, “El viento en un Violín” es una obra redonda, que encanta en su brutal honestidad y despojo. Definitivamente dan ganas de verla y disfrutarla más de una vez.

miércoles, 5 de enero de 2011

"LA MALA CLASE"


“... Porque varios se han hecho millonarios fabricando ignorantes” dice la profesora. Las luces se apagan y uno logra recobrar el aliento. Los aplausos aparecen espontáneos y rabiosos, lo actores aparecen una y otra vez mientras la gente continua los vítores de pie . “La vería de nuevo. Yo también”, se escucha repetidamente.

“Mala Clase” texto de Luis Barrales y dirección de Aliocha de la Sotta es un completo éxito. Y para todos los que estudiamos en colegio público, en liceo con número, es el eco de una época que parece repetirse y una otra vez en las aulas de este país, como un amargo déjà vu.

Sobre el escenario cuatro alumnos descarriados intentan sobornar a la profesora de historia, que alguna vez fue una joven de izquierda, para que los pase de curso y logren salir de cuarto medio. La graduación comenzará en poco rato, pero antes los estudiantes deben rendir un examen sobre algo que hayan aprendido de historia para no quedar “pegados” en cuarto medio.

El texto de Barrales, que se llevó el Altazor este año, es filoso y envolvente. La educación publica chilena aparece desnuda sobre el escenario, exponiendo todas sus miserias. La tensión entre los alumnos y la profesora avanza y retroceda como un bomerang cargado de penas, rabias y desilusiones en ambos bandos.

La música de Nirvana, Radiohead acompaña este enfrentamiento, en el que la torpeza e ingenuidad se mezcla con la crueldad y el desvarío de estos alumnos que necesitan salir del colegio pero no saben por qué o para qué.

La Mala Clase es una obra redonda y poderosa, que no decae jamás y que tiene ese maravilloso efecto de hacerte reír con ácidas ironías y de pronto, sin aviso, dejarte en silencio al borde del asiento. Una pequeña joya que sigue dando vueltas al salir de la sala y que te hace pensar que desde que tu escapaste de aquellas aulas hace ocho años las cosas no han cambiado nada.

martes, 4 de enero de 2011

“Amledi, el Tonto”: Un hermoso esperpento


Cuatro trompetistas vestidos con smokin y sombrero de copa inician lo que a todas luces será un acontecimiento teatral: por primera vez el cineasta de culto Raúl Ruiz estrenará una obra escrita y dirigida por él. “Amledi, el tonto” esta a segundos de comenzar.

El teatro Municipal de Las Condes está prácticamente lleno. Actores, directores, periodistas e invitados a este “ensayo general” comentan qué sorpresa deparará el montaje de Ruiz, que promete, nada más y nada menos que reinventar a Hamblet.
Y para una hazaña de esa magnitud Ruiz convocó a lo que se puede calificar como un verdadero dream team del teatro nacional: Tamara Acosta, Claudia di Girólamo, Francisco Reyes, Ximena Rivas, Daniel Alcaíno, Héctor Morales. Y como bonus entre tanto carisma, Lucas Escobar, el pequeño de “Los 80”, debuta como un observador que se pasea entre las escenas como un elemento más del surrealista universo de la obra.

Lo primero que impresiona tras abrirse el telón es la puesta en escena, que recrea una tierra media digna de una superproducción de estas características. El desconcierto continua, no por nada Ruiz calificó su obra de “esperpento”, y es que el amasijo creado por este alquimista resulta mágico: vikingos, realezas, y chilotes que hablan con el cuidado lenguaje de las obras clásicas mezclado con dichos populares y chilenismos.
El talento de los actores brilla, y es que ver actuar a un elenco como éste es un gusto parecido al que sentiría un aficionado al fútbol con una selección nacional íntegrada por cracks de distintas generaciones. Dentro de tanta luminaria Rodrigo Soto, en el papel protagónico, encandila por su fuerza en el escenario. Para los que lo vimos como el amante cuarentón, pasadito de peso y fatalmente obsesionado en “HP: Hans Pozo” asombra con este Hamblet achilenado que recuerda al Aragón de El señor de los Anillos y que le queda como guante.

A lo largo de las tres horas de duración del montaje hay risas, desgarro y emoción. La aventuras del loco Amledi, se cruzan con la de un rey adicto a cambiarse de nariz, su hija loba, su madre celosa, un Mesías que pastorea los espíritus de los muertos y una bruja que escupe revelaciones contra su voluntad. El humor, ironía y crítica se desarrollan con solidez, pero lo que resulta más interesante es la reflexión sobre la muerte y la acida parodia a la religión cristiana en su afán de “vendernos” la vida eterna y el paraíso.
Finalmente el “Amledi” de Ruiz no iguala Hamblet original, pero lo viste de una inquietante novedad. Lo chasconea y lo presenta distorsionado como mirado desde un calidoscopio, salido desde una especie de dimensión desconocida donde los vikingos y los chilenos son dos caras de la misma moneda y la salvación está a la vuelta de la esquina,
solo hace falta entregarse a la fe.